Hace ya mucho años tomaba el café con leche con dos azucarillos, pero pasé a uno el día que mi marido me dijo que era demasiada cantidad. Al principio me costó pero me fui acostumbrando y si decidía un día ponerme dos me resultaba entonces excesivamente dulce. Así que visto lo visto, y para guardar la figura, pasé a medio y después a nada, ya era capaz de percibir el dulzor hasta entonces desconocido de la lactosa (el azúcar de la leche). (Nota: después a no café y después a no leche, pero eso no viene a cuento). La cuestión es que a veces no se trata de sufrir, si no de reeducar nuestro paladar para saborear aquello en enmascaramos des de pequeños con el dichoso azúcar.
El otro día me hicieron un comentario en referencia a esto. Ella comía mermelada “normal” azucarada, yo le invité a probar compota de fruta tal cual, solo fruta, y le gustó. Como no quería tirar la de siempre, la intercalaba, y tal y como pasaban los días de la semana, ésta iba resultando demasiado dulce. ¡Que rapidez!.
El objetivo final es disfrutar de aquellos alimentos dulces con los que generosamente nos deleita la naturaleza y que a su vez nos dejen de resultar tan apetecibles aquellos con gran cantidad de azúcar añadido.